El gran autor británico pasó los últimos años de su vida obsesionado con los fenómenos paranormales. A 90 años de su muerte, un repaso por historias desconocidas y curiosas
Sir Arthur Conan Doyle tuvo una prolífica carrera como autor, en la que escribió sobre muchísimos temas, aunque sin dudas es recordado por su máxima creación, los 56 relatos y las 4 novelas de Sherlock Holmes. Sin embargo, el haber creado al padre de todos los detectives literarios no era algo que lo hiciese demasiado feliz, ya que consideraba que el peso de su personaje más popular opacaba el resto de su trabajo: “También escribí entre veinte y treinta obras de ficción, libros de historia sobre dos guerras, varios títulos de ciencia paranormal, tres de viajes, uno sobre literatura, varias obras de teatro, dos libros de criminología, dos panfletos políticos, tres poemarios, un libro sobre la infancia y una autobiografía”, solía decir.
Sobre el final de su vida, Doyle intensificó en un aspecto que lo interpelaba de manera personal: lo paranormal. Ya para 1887 siendo un autor de éxito, se unió a la Sociedad Literaria y Filosófica de Portsmouth, donde realizó una serie de investigaciones sobre la posibilidad de fenómenos psíquicos. En ese contexto, asistió a unas 20 sesiones donde se practicaba telepatía o había médiums. Aquellas experiencias lo convirtieron en un espiritualista y comenzó a escribir para la revista especializada Light. Con los años, se fue sumando a otras sociedades interesadas en los fenómenos psíquicos y hasta se convirtió en un buscador de casos de poltergeists. En 1907 contrajo matrimonio por segunda vez; su nueva esposa, Jean Elizabeth Leckie, decía ser una médium, por lo que reforzó aún más su interés por lo desconocido.
Ya con la Gran Guerra como escenario, su convicción fue aún más allá: creía que Lily Loder Symonds, la niñera de sus hijos, tenía este tipo de poderes y comenzó a dar conferencias sobre el tema. En 1918, publicó su primer trabajo espiritualista, La Nueva Revelación, donde sostenía que el espiritismo había sido un regalo de Dios para consolar a los afligidos por tanta muerte.
Debido o luego de la contienda bélica, fallecieron muchas personas cercanas a él, como su hijo, su hermano, su cuñado y sus dos sobrinos, por lo que ahondó energías en el asunto y para 1919 publicó El Mensaje Vital. Apoyó la tesis del espiritismo cristiano y alentó a la Unión Nacional de Espiritistas a aceptar un octavo precepto: el de seguir las enseñanzas y el ejemplo de Jesús de Nazaret, además se unió a la reconocida organización sobrenaturalista The Ghost Club, a la que había pertenecido Charles Dickens.
Las familias de Doyle y Houdini antes del final escandaloso que los enfrentó
¿Es posible engañar a un maestro de la deducción? Sí. Esta exposición pública sobre sus creencias lo hicieron formar parte de algunos eventos particulares, desde un gran estafa por parte de unas niñas hasta encuentros con “médiums honrados”, que querían demostrarle que estaba equivocado en sus creencias. Incluso, el espiritualismo lo enfrentó con uno de su grandes amigos, el gran maestro del ilusionismo Harry Houdini. A continuación, las historias:
La médium, el espíritu y la incredulidad
El 21 de marzo de 1919, el célebre autor participó de un comité en su rol de investigador paranormal, junto a una vizcondesa, un lector de mentes, un detective de Scotland Yard y un forense. Reunidos en un pequeño departamento en Bloomsbury, Londres, tenían como objetivo autenticar, o no, los poderes de una médium, que prometía una sesión de espiritismo que implicaba una demostración de clarividencia y hasta la materialización de un espíritu.
El anfitrión fue Percy Thomas Tibbles, un mago que actuaba bajo el seudónimo de P.T. Selbit, y la médium, Molly Wynter, una ilusionista que recién comenzaba su carrera. Por su puesto, nada dijeron sobre sus antecedentes.
Cada miembro llevó un pequeño artículo personal, que colocaron en una bolsa y luego dentro de una caja, lejos de la mirada de la psíquica. La mujer, que tenía su rostro cubierto con un velo, colocó la caja en su regazo, y comenzó a nombrar los objetos describiéndolos con detalles. Entre estos, estaba el anillo que perteneció al hijo fallecido del escritor, la médium incluso leyó la inscripción.
Percy Thomas Tibbles, como P.T. Selbit, en un acto de magia
Luego se produjo la “materialización” de un espíritu. La mujer fue atada a la silla por los miembros del comité y las luces de la sala se atenuaron. Ella ingresó en un estado de trance y una “niebla luminosa” con forma de anciana surgió a sus espaldas. Dicen que el espíritu atravesó a la médium y desapareció en la pared opuesta. El comité quedó impresionado con las demostraciones, aunque el escritor dijo que necesitaría volver a ver al fantasma antes de dar fe de su paranormalidad.
Y aquí es cuando todo se vuelve aún más extraño. Luego de la exhibición, Tibbles y Winter anunciaron que todo era un engaño, que ellos eran “engañadores honestos” que realizaban ilusiones para entretener al público.
Explicaron que en el caso de los objetos en la caja, en realidad ésta había sido cambiada por una igual y que, desde otra habitación, un asistente abrió la original y transmitió su contenido a un auricular que el velo ocultaba. La “materialización”, por su parte, era un acróbata, vestido completamente de negro, que ingresó por una ventana y que utilizó una gasa recubierta con pintura fosforescente. El comité quedó consternado y algunos miembros, entre ellos Conan Doyle, aseguraron dudar de la explicación.
Uno de los libros de Doyle sobre espiritalismo
Organizaron un segundo encuentro, pero con un comité más numeroso. Repitieron los trucos para el asombro del público. Y otra vez, el autor se negó a creer a que había sido engañado. Insistió en que lo que había visto en la primera sesión no era lo que los magos describieron posteriormente y además agregó que incluso si la segunda demostración fue realizada mediante un truco, “no hay nada que demuestre que la primera sesión no fue genuina”.
Conan Doyle se negaba a ser engañado, prefería creer que lo que él había visto era real aún cuando le explicaban lo contrario. “Tal vez los magos realmente eran psíquicos, pero simplemente mentían sobre sus poderes paranormales. Es hora de que se demuestre nuestra causa. El tiempo también demostrará a aquellos que nos han tergiversado que están jugando con fuego. No están juzgando lo Invisible. Lo Invisible los está juzgando”.
Las hadas de Cottingley
Era 1917. Elsie Wright tenía 16 años cuando junto a su prima, Frances Griffiths, de 9, salieron a dar un paseo por los bosques que rodeaban el pueblo de Cottingley, West Yorkshire, que no superaba los 700 habitantes.
Elsie llevaba una cámara de placa Midg de su padre, Arthur, un aficionado a la fotografía, quien fue el que las rebeló e hizo el descubrimiento: las jóvenes habían capturado sin querer a un grupo de hadas en 2 instantáneas.
Sin embargo, fue la madre de la joven quien las expuso ante la Sociedad Teosófica de Bradford dos años después. Edward Gardner, presidente de la asociación quedó maravillado por el descubrimiento y, según un especialista consultado, estaba en lo cierto: era la primera prueba científica de la existencia de estos seres, hasta entonces considerados mitológicos.
“Frances y la ronda de hadas”, tomada por Elsie Wright, en 1917. Fue una de las dos primeras imágenes que las chicas tomaron para demostrar la existencia de las hadas. Se subastó por más de USD 18 mil
La historia alcanzó otro nivel de repercusión cuando Sir Arthur Conan Doyle las utilizó para ilustrar un artículo sobre hadas que le habían encargado escribir para la edición navideña de 1920 de The Strand Magazine.
Contactó a Gardner, quien le facilitó las imágenes, le escribió a Elsie y a su padre para pedir permiso para utilizarlas. Arthur Wright estaba “obviamente impresionado” de que Doyle estuviera involucrado, y dio su permiso para su publicación, pero rechazó el pago alegando que, de ser genuinas, las imágenes no deberían “ensuciarse” con dinero.
Luego, el autor comenzó un derrotero por expertos en fotografía de compañías como Kodak y Liford, quienes comentaron que las imágenes eran reales, pero que dudaban de que las hadas realmente existieran. En otras palabras, no se veía engaño, ni retoque en lo que hacía al material, pero si esas figuras danzantes eran realmente hadas, eso, bueno, era harina de otro costal.
Doyle contactó a Sir Oliver Lodge, un respetado físico e investigador psíquico, quien dijo que eran falsas, que el peinado era “demasiado parisino como para ser real” y hasta sugirió que eran una compañía de bailarines disfrazados.
“Iris y el gnomo”, con Elsie Wright y sacada por Frances Griffiths en septiembre de 1917. Se vendió por más de USD 5 mil en 2018
Conan Doyle y Gardner no sucumbieron ante las dudas ajenas y continuaron investigando. El escritor debió partir a una gira por Australia en julio, tiempo en el que Gardner se reunió con la familia Wright y llevó su propio equipo de fotografía para ver si era posible volver a captar a las hadas.
“Me fui a Cottingley nuevamente, tomé las dos cámaras y placas de Londres, y conocí a la familia y les expliqué a las dos chicas el simple funcionamiento de las cámaras, dándoles una para guardar. Las cámaras estaban cargadas, y mi consejo final fue que necesitaban ir al valle solo en los buenos días, como estaban acostumbrados a hacer antes y ver qué podían conseguir”, escribió Gardner en A Book of Real Fairies.
Y así lo hicieron. Envolvieron las placas en algodón y las enviaron a Londres. Después de recibirlas, Gardner escribió un telegrama Doyle, entonces en Melbourne. Doyle le respondió: “Mi corazón se alegró cuando aquí, en la lejana Australia, recibí su nota y las tres maravillosas imágenes que confirman nuestros resultados publicados. Cuando nuestras hadas sean admitidas, otros fenómenos psíquicos encontrarán una aceptación más rápida… Hemos tenido mensajes continuos en las sesiones durante algún tiempo de que estaba llegando un signo visible”.
Las tres fotos sacadas en la segunda oportunidad que convencieron a Gardner y Doyle
Esa navidad de 1920 el artículo del The Strand Magazine salió y fue un suceso de ventas. Sin embargo, gran parte de la comunidad intelectual dedicó nuevos artículos no tan centrados en las hadas, sino en mofarse de Doyle, quien había sido ridiculizado por dos niñas, aseguraban.
El asunto cayó en el olvido con los años, aunque varios periodistas volvieron a entrevistar a las primas en los ’60 y ’70 , quienes mantuvieron su versión hasta 1983, cuando aceptaron que eran falsas. “Elsie había copiado ilustraciones de bailarinas de un popular libro infantil de la época, el Libro de regalos de la Princesa María, publicado en 1914, y les dibujó alas”, dijo la menor a la revista The Unexplained. Las habían recortado sobre de cartón y sostenido con alfileres. Las primeras dos fotografías fueron vendidas en subasta en 2018, por más de 5 mil y 18 mil dólares.
Las hadas y las ilustraciones originales de donde fueron copiadas
Sobre hadas y “médiums honrados”
En 1921, Doyle fue convocado por otro mago, William S Marriott, quien en su tiempo libre se encargaba de demostrar que los médiums no eran otra cosa que unos estafadores. Su plan era invitarlo para tomarle fotografías, mientras el resto del comité -tres especialistas-, luego de examinar la cámara, observarían la sesión. Así sucedió y nadie notó nada extraño, hasta que una vez reveladas las imágenes notaron que en la primera había una figura fantasmal translúcida y en la segunda se presentaba a un grupo de hadas bailarinas, en una clara referencia al caso de Cottingley.
William Marriott en una foto rodeado por manos de “espíritus”
El periódico Sunday Express publicó las imágenes con cierta sorna, centrándose en la captura con las “hadas favoritas” de Doyle. También se publicaron las declaraciones de los testigos y la de Marriott, en las que aseguraba que todo era un truco de manos para manipular el proceso. Marriott quería demostrarle al autor que aquello en lo que él creía no era otra cosa que buenos trucos.
“El Sr. Marriott ha demostrado claramente que un mago entrenado puede, bajo una inspección minuciosa de tres pares críticos de ojos, dar una falsa impresión en una placa. Debemos admitirlo sin reservas”, escribió Doyle, para esta vez no ser ridiculizado. Sin embargo, aclaró que la experiencia no cambió su perspectiva sobre que los espíritus sí podían ser captados en fotos, aunque éste no fuera el caso.
Una de las fotos de William Marriott de Conan Doyle con sus “hadas favoritas”
La pelea con Houdini
La relación entre los dos ya célebres personajes comenzó a principios de 1920, cuando Houdini, en una gira del ilusionista por el Reino Unido. Tras una presentación, Doyle se acercó a conocerlo y estaba extasiado por lo que acababa de ver en el escenario. Forjaron una relación amistosa, con un intercambio epistolar vibrante, de mutua admiración, hasta que todo derivó en un enfrentamiento feroz.
A pesar de que Houdini le explicó que sus hazañas se basaban en la ilusión y el engaño, Doyle estaba convencido de que el estadounidense tenía poderes sobrenaturales, y así lo escribió en El filo de lo desconocido. El amigo de Houdini, Bernard M. L. Ernst, relató un momento en que Houdini había realizado un truco impresionante en su casa en presencia de Doyle. Houdini había expresado la esperanza de que esta demostración persuadiría a Doyle de no andar “respaldando fenómenos” simplemente porque no podía pensar en una explicación de lo que había visto aparte del poder sobrenatural. Pero, según Ernst, Doyle simplemente se negó a creer que había sido un truco.
Doyle y Houdini
Por aquellos tiempos, Houdini se convirtió en un destacado opositor del movimiento espiritualista después de la muerte de su madre, en 1913, que sucedió cuando estaba de gira. Con el vacío de no haber podido despedirse, empieza a acudir a médiums que le dicen que pueden conectarla, pero uno a uno va descubriendo sus trucos y los expone públicamente como fraudes.
En 1922, Doyle organiza una sesión en Atlantic City junto a su segunda mujer, Jean Elizabeth Leckie, quien aseguraba poder comunicarse con los muertos. Houdini asiste. Durante el encuentro, asegura que la posee el espíritu de la madre de Houdini, escribe un texto y se lo entrega. Ese fue el final. La nota estaba en perfecto inglés, cuando su madre no hablaba el idioma, sino yiddish y un poco de alemán. Estaba llena de expresiones cristianas, cuando su madre era judía y, además, ese día era su cumpleaños y su madre no lo felicita, no lo saluda, algo que ella nunca habría hecho.
Jean Elizabeth Leckie (Portsmouth Museum – Arthur Conan Doyle Collection Lancelyn Green Bequest.)
Determinado a desenmascarar al matrimonio, escribe un artículo denunciándolos por estafadores y se involucra definitivamente en su cruzada contra el espiritismo. Entre otras cosas, intenta que el Congreso de los EEUU prohíba cobrar por sesiones de espiritismo o por lectura de cartas. No lo consigue por la primera enmienda.
Sir Arthur Conan Doyle murió el 7 de junio de 1930, hace 90 años. Tras su fallecimiento, una multitud de ocho mil espiritistas se reunió en el Royal Albert Hall de Londres para honrar su memoria. Estelle Roberts, una reconocida médium inglesa, le aseguró a la viuda que lo pudo ver entrar a la reunión y sentarse junto a ella. Con los años, otros más dirían lo mismo.